8.10.11

Una cerveza de nombre Derrota



Debo confesar que siempre he sido un mal lector.

Muchas veces he cometido el error de leer libros de un solo jalón, en una sentada como se dice habitualmente. Claro que eso de una sentada es solamente una expresión, al menos en mi caso; cuando leo un libro de una sentada no lo hago del todo sentado: tengo la, buena o mala, costumbre de leer acostado, sentado, de pie, caminando incluso alrededor de mi diminuto departamento, en el baño o mientras como, todo ello sin soltar el texto en el camino entre una y otra actividad. Esto no puede ser del todo bueno, cuando un texto te abstrae de tal modo suele ocurrir(me) que tal texto llena tanto tu vida por unas horas que en las próximas se esforzará por pasar desapercibido.

En los últimos meses me ha ocurrido al menos un par de veces. Me pasó hace 12 con La Reina del Sur, ese texto tan laureado y vendido, tan amenizado en su presentación por mis ídolos de infancia (aún me creo infante) y cuya lectura no pude resistir por más tiempo. Pérez-Reverte me hipnotizó por tres días enteros con su cubierta de tapa dura y sus 542 páginas de 120grs/m2, además de enamorarme cuando la dedicatoria empezaba con el nombre de Élmer Mendoza. Esos tres días fueron para mí puro texto, de lo que comí, amé, odié e ignoré por esos días no recuerdo nada.

Me ocurrió lo mismo con el Leviatán de Auster. Caí directo en la jugarreta del estadounidense y del tipo de literatura que defiende, en la que la desenvoltura del nudo no es tan importante como el nudo mismo de la trama, donde el desenlace no es lo primordial sino el cómo se va dando el mismo. Una especie de solución anti-alejandrina del problema del nudo gordiano, en la que el semi-dios opta por cortar a espada para salir al paso del escalón simbólico que el nudo era. Con Auster me hundí en la lectura por el puro gusto de leer, para leer el gusto por el acto de leer tal texto.

Casos similares con En el trineo de Schopenhauer y Mira al Pajarito, de Reza y Vonnegut respectivamente.

Pero esta ocasión no ha pasado así.
La ocasión se la debo a Eusebio Ruvalcaba.
Una cerveza de nombre derrota es un texto de 120 páginas que me llevó 3 semanas, 3 gustosas semanas.

Aunque se presenta (lo presentan, Víctor Cruz) como un texto que es legitimación del acto heroico de vivir, así como una reconciliación con la esperanza, el texto es más bien una torcida autobiografía de la torcida y encantadora psique del autor.

Formalmente es una especie de anecdotario, o mejor dicho, un aglomerado de experiencias, aforismos, ensayos incluso, crónicas, un algo indescriptible (al menos para mí, con mis inexistentes conocimientos sobre literatura y su clasificación) que en su totalidad nos recuerda unas memorias seniles, en el sentido en el que no hay linealidad y/o propósito expreso.

Y esta senilidad es lo interesante del texto. Quien lea o haya leído el librito, recordará más lo no escrito que las letras del mismo; Ruvalcaba se impregna en las mientes de sus espectadores aún más como personaje que como autor. Una serie de fotografías sobre él mismo, eso es el texto. Imágenes retadoras, intransigentes e irreverentes.

Citar al autor en una reseña es algo que él mismo despreciaría, pero al no ser yo escritor y no ser esto una reseña formal creo que me puedo dar el lujo de desatender sus consejos. El apartado que da nombre a libro tiene esta ilustre ocurrencia,


Propongo una marca de cerveza: Derrota. Sin duda sería una cerveza de gran éxito. Apta para toda ocasión, los profesionales la consumirían a pasto. ¿Quién no sería sincero ordenando una Derrota, de preferencia a voz en cuello, que se escuche por todo lo largo y ancho del lugar: “Una derrota para mí, por favor” o “Una derrota para todos ¿quiere?” … También se podrían refrigerar unas cuantas para beber durante las elecciones o cuando se espera que por fin la mujer haga acto de presencia. Una Derrota combinaría asimismo con todo: con tequila, con whisky, con vodka…


El resto del texto se divide entre la misoginia, la poesía, el alcohol y la música. ¿Qué más puede querer uno? Y que no te espante el temario, único lector de mi blog, la misoginia de Ruvalcaba no es la del tipo que tú conoces, ni siquiera es un odio de género sino tributo. Tampoco el texto dedicado a la pederastia es para espantarse, baste leerlo para entender la dulzura con la que se aproxima a lo prohibido; no te espantes lector, que no es para nada lo que imaginas.

"13 motivos para tomar Ron", "Modos de tomar Ron" y "Otros modos de tomar Ron" son textos imprescindibles para el aprendiz de poeta o de borrachín, que para el caso son lo mismo (que me disculpen los borrachines).

Las "Confesiones Hemipléjicas" son el texto visceral que nos devolverá a todos la necesidad vital de escribir, aunque sea solamente vulgaridades como en mi caso.

Como decía al principio, hay textos que te amarran por un par de días enteros y los cuales desvanecen lo inmediato por un tiempo. Pero hay otros, como éste, que te amarran por años (lo sabes antes de que transcurran) y que no desvanecen lo inmediato por un tiempo sino que lo distorsionan para toda la vida.

Un autor cuya última voluntad es ser enterrado en la sierra de Oaxaca con música de Brahms no podría dejar de resultar interesante.


p.s. Al final de mi lectura me enteré que Eusebio Ruvalcaba escribió la historia en la que se basa Un Hilito de Sangre, de Erwin Neumaier, una de las pelis que marcó mi adolescencia. Ese libro está ahora en la mira.

2 comentarios:

  1. Yeyo, si con el libro de "13 modos de tomar ron" se acordó usted de mi, ¿cree usted que sería yo mejor aprendiz de poeta o de borrachina?. Mmmm supongo que tendría que trabajar mas en la formas pedagógicas de lo primero, de lo segundo podría titularme pronto, no cree? en cualquier de los dos casos usted podría ser mucha ayuda :)
    N.

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  2. N.
    sobre poesía me declaro un ignorante con sombrero...
    como borrachín? tampoco sé mucho, pero intento aprender día a día...
    gracias por el comment, luego le paso los capítulos que creo que le interesarán (desde una perspectiva completamente académica, jojo)

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